1.12.04

En el subtítulo pedante de esta bitácora se habla de “estrategias para aceptar la muerte”. Es una cuestión antigua. Milenaria. El miedo a la muerte, la muerte como liberación, la muerte como el paso a “otro lugar”. Algunas de esas estrategias tienen forma de “consuelo”. No la que yo defiendo.
No se va a agotar el tema en un solo post, pero voy a citar algunas cuestiones que, para empezar, me parecen claves. Primero, y para dejar zanjado el asunto en la medida de lo posible, los cristianos no tienen mucho que aportar al debate. Su idea de vida eterna, de que la existencia en el mundo es un “valle de lágrimas” y de que “lo bueno” viene después, sitúa al ser humano en una postura de minoría de edad.
Por un lado es fácil despreciar la vida siendo cristiano. No dar valor a las cosas. Además se neutraliza el miedo a la muerte pensando que ese trance nos va a llevar ante Dios. Así uno piensa que cuando muera no caerá en el olvido. Uno piensa que no todo acaba con la muerte, uno piensa que podrá seguir sabiendo como continúa la “novela de la vida de los otros” mirando por un agujerito desde el Más Allá.
Pero el amor al mundo (a la vida finita, a las cosas cotidianas en su provisionalidad), es algo que sólo puede defender un ateo, un agnóstico o un religioso panteísta. Un panteísta es aquél el que Mundo y Dios tienen el mismo significado: Dios es el mundo. El mundo es Dios.
Ya basta de ladrillo por hoy. Otro día, cuando me dé por ahí, hablaré de El Fedón de Platón, del concepto de muerte en Epicuro, en el Romanticismo alemán, en Nietzsche y en Maurice Blanchot. Por lo pronto y para abrir boca uno puede pinchar aquí y descrubrir algo que seguramente no conocía.




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